Observo el ventilador en medio de la sala. Estoy solo con él. Estamos en pleno verano. Él me observa como a un objeto inerte que es. Si uno lo mira fijamente tiene la sensación que podía empezar a girar. No lo hace. Me le acerco, desnudo; le cuestiono su mirada inanimada, su poca expresividad y su poco dinamismo. Me parece insólita su forma de actuar y de proceder. Silencio blanco. Me doy cuenta que realmente estoy solo.
A través de
las paredes de metacrilato veo el infinito desierto arenal donde
estoy. No tengo salida. Seis paredes, perfectamente regulares y
dispuestas en forma de hexaedro.
Es de día.
Tengo calor. Conecto el ventilador por inercia agobiante y sofocante
del momento. Su aire caliente empieza a abrasarme la piel. Sé que
dispongo de pocos minutos antes de morir cocido. Aprovecho para
masturbarme por última vez en mi vida.